¿Por qué hacemos las cosas?

Por qué hacemos las cosas

“Nunca es tarde para comenzar a hacer las cosas bien”– Anónimo

Hoy paramos en seco para mirar a nuestro alrededor y plantear una cuestión que de alguna manera ya ha ido saliendo a lo largo de estos meses, pero a la que hoy queremos dedicar especialmente un tiempo. Se trata de algo que puede parecer muy básico, pero que a veces no lo es tanto. Porque ¿Cuál es la motivación que hay tras nuestros actos?. Cuando hacemos cosas, e incluso algunas veces moviendo montañas, ¿por qué lo hacemos? ¿Por quién lo hacemos? ¿Qué es lo que realmente buscamos con nuestros actos? ¿La autocomplacencia? La tranquilidad del deber cumplido? ¿El reconocimiento de los demás? ¿Qué, qué, qué?

Está claro que no hay razones buenas y razones malas para hacer las cosas. Lo importante es hacerlas, independientemente de cuáles sean esas razones, aunque sí que podemos encontrar un matiz importante. La motivación que tengamos para actuar nos hará ser más o menos constantes, más o menos rotundos en nuestros actos, más o menos pertinaces en la consecución de aquello que buscamos, de aquello que queremos, incluso más o menos libres.

Hacer las cosas sólo pensando en los demás, en la notoriedad, la fama, la recompensa y el reconocimiento público, es algo muy de nuestro ego. Normalmente este tipo de comportamientos termina por no hacernos felices, por no sentirnos plenos, porque en algún momento nos perdemos de lo que realmente somos, nos olvidamos de qué es lo que realmente queríamos y sobre todo, sin darnos cuenta dejamos de ser fieles a nuestros sueños. Comentemos infidelidades con los sueños de los demás, con los actos que se suponen nos harán más importantes, recorremos caminos que no son los nuestros, nos dejamos llevar, por lo que los demás nos marcan y al final, el día que nos paramos, nos miramos a un espejo y no nos reconocemos. Entonces miramos hacia atrás intentando buscar el momento, intentando encontrar la primera decisión que hizo que dejáramos de buscar nuestro grial particular. En este caso sólo cabe decir una cosa, tal vez porque se ha vivido en carnes propias, y es que cualquier momento es bueno para retomar el camino que realmente queremos seguir. Por duras que sean las piedras, y gordas, y hasta con pinchos, nunca es lo realmente tarde para convertirnos en los protagonistas de nuestra existencia y para decidir que el camino que vamos a seguir es decisión nuestra.

Dejar a un lado la búsqueda del aplauso de los demás, de la complacencia ajena, de la palmadita en la espalda, y hacer las cosas siendo fieles a nosotros mismos, es lo que a la larga nos traerá el verdadero reconocimiento. Y este reconocimiento no es otro que el de nosotros mismos. ¿De qué nos sirve que el resto del mundo nos vea gigantes cuando nosotros realmente sabemos que somos simples hormigas a las que fácilmente se puede aplastar? Cuando por la noche nos vamos a la cama con nosotros mismos no podemos engañarnos, o si lo hacemos dura poco. Nosotros sabemos nuestra auténtica verdad y eso lo queramos o no, nos persigue y es imposible huir.

Dejemos las excusas, asumamos los retos, pidamos perdón por nuestros errores, pero no traslademos a terceros nuestras responsabilidades. Ser el protagonista de nuestra propia vida no es fácil. Ser el actor o la actriz principal supone mucho trabajo, supone arriesgarse y asumir que en ese arriesgarse nos podemos equivocar y que después tendremos que hacer frente a las consecuencias que se devengan de nuestras acciones o inacciones.

Si por el contrario tenemos un papel secundario en la película de nuestra vida, probablemente todo sea más fácil, más cómodo, menos duro. Sufriremos menos y seguro que nos equivocaremos menos también, porque seguiremos los designios de los demás. Haremos un camino más cómodo, conociendo las paradas y los cruces que hay que tomar, pero también siendo conscientes de que ese NO es nuestro camino, es el de otros.

Yo opto por luchar por mi camino. Es angosto. Está lleno de baches. Las piedras que encuentro son más altas que yo. Hay pinchos. Es un camino feo. Pero es el mío. Hay veces lo reconozco, que me canso, que quiero gritar y que por momentos me quedo detrás de una piedra, escondiéndome un rato para así poder tomar aliento. Es cierto que sueño con que algunos pinchos desaparezcan, con que las piedras se hundan un poco y sean menos grandes, menos gordas… pero no obstante, en el fondo sé que esto no va a pasar, en todo caso, en vez de hacerse más pequeñas, se hacen más grandes, porque aunque las piedras se suponen que no están vivas, las que encuentras en el camino sí lo están, y no sólo crecen, si no que hasta se transforman, a veces sólo con la intención de confundirnos y desviarnos. Pero hay que aprender a rectificar, a levantarse después de caerse, a pedir perdón por los errores y las faltas, y a seguir hacia delante, intentando seguir siendo fiel a uno mismo, y haciendo propósito real de enmienda, de no volver a tropezar. Aunque ya dice el refrán que el hombre (y por ende la mujer) es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.